Foto: Parlamentul Republicii Moldova / Facebook
Foto: Sergio Fernández Riquelme, es profesor de Política Social en la Universidad de Murcia, así como director de la revista La Razón histórica y del Instituto de Política social (IPS).
La alianza entre los prorrusos del PSRM (liderados por el presidente Igor Dodon) y los proeuropeos de la coalición ACUM (entre la DA de Andrei Năstase y el PAS de Maia Sandu) es tan extraña como el propio devenir del Estado moldavo. Un “pacto provisional”, y a última hora, frente al que consideraban gobierno oligárquico del PDM de Vladimir Plahotniuc, en un “país provisional” heredero de la creación soviética sobre la antigua provincia de Besarabia, y divida cultural y políticamente entre la población étnica de origen rumano (en el este y centro del país) y la de origen eslavo (descendientes de emigrantes rusos y ucranios en zonas de Bălți, Chisinau y Tiraspol) o rusificada (en la regiones sureñas de Gagauziya y Taraclia); y que se evidencia en las dos Iglesias ortodoxas presentes en el país: la Mitropolia Chișinăului și un întregii Moldove (Кишинёвско-Молдавская митрополия) dependiente del Patriarcado de Moscú, y la Mitropolia Basarabiei dependiente de la Iglesia ortodoxa rumana.
Un extraño pacto político en una extraña creación estatal realizada, a escuadra y cartabón, en el periodo estalinista (como por toda la antigua URSS, de rediseño de fronteras, de movimientos poblacionales, de creación o supresión de etnias), y que en la actualidad vuelve a estar en debate (como en casi todas las repúblicas exsoviéticas, de Georgia a Ucrania, de Armenia a Azerbaiján), sobre el fundamento último de su compleja y débil identidad nacional moldava: entre el camino hacia Bruselas (pasando por Bucarest, como defendía Plahotniuc) o el camino hacia Moscú (entrando la Unión euroasiática, como pretende el presidente Dodon).
Por ello, esta peculiar y temporal alianza en 2019, más allá de su unión funcional contra el PDM, supone otro impasse más sobre el final y definitivo estatuto del Estado moldavo. Antiguos rivales y hoy socios de gobierno (Năstase contra Sandu, Sandu contra Dodon, Dodon contra Năstase, en otros tiempo no tan lejanos) que deben resolver frente, tarde o temprano, el nudo gordiano sobre la identidad de Moldavia entre Oriente y Occidente (y que mostrará si esta alianza es contra-natura o escondía intereses geopolíticos de mayor calado): unificación con Rumania (unionişti) o “nacionalización” de lo moldavo (moldovenişti), federalización del país o división étnico-territorial (en especial sobre la situación de la región de Transnistria o Pridnestrovia), integración en la Unión europea (adoptando, para ello, sus valores liberal-progresistas centrales) o en la Unión euroasiática (adoptando, por ejemplo, el ruso como idioma cooficial).
Paradójicamente, esta alianza se fraguó en conversaciones con los embajadores de los EEUU (Derek Hogan) y Rusia (Valery Kuzmin), horas antes de que acabara el plazo para crear un gobierno alternativo al encabezado por Pavel Filip y el PDM, tras las elecciones del 24 de febrero. Un acuerdo que daba al PSRM la presidencia del Parlamento (Zinaida Greceanîi) y a ACUM los puestos de primer ministro (Sandu) y viceprimer ministro (Năstase), pero que el Tribunal constitucional declaró inválido al superarse, a su juicio, el plazo de tres meses obligatorio para formar ejecutivo y no convocar elecciones anticipadas (e incluso deponiendo al mismo presidente Dodon, que firmó el decreto de constitución del nuevo ejecutivo). Pero la presión internacional obligó a dimitir al gobierno de Filip y al Tribunal a anular sus sentencias, dando paso a esta alianza gubernamental de recorrido incierto antes y después de las próximas elecciones legislativas, donde de nuevo estará presente el debate identitario sobre Moldavia.
Sergio Fernández Riquelme
Profesor de Política Social en la Universidad de Murcia
Director de la revista La Razón histórica y del Instituto de Política social (IPS)
Fotos: Archivo de colaboradores – JORGE MARTÍN, PROFESOR DE HUMANIDADES